Confesiones de humo
El pañuelo de fino monograma
Quizás nunca te hayas dado cuenta que siempre te observaba, Amanda. Es que te veo tan seria que prefiero esquivarte la mirada a que desprecies un saludo mío.
Pero esa noche te vi llorar frente al espejo como aquellos días infelices cuando te enamoraste de Raúl. Te devorabas las uñas de rabia y en ellas te comías el alma poco a poco, quizás era lo último que quedaba de ti. Volviendo a lo de esa noche, llorabas mientras tus amigas te arreglaban el cabello. No hay duda, tu marido ha convertido tu vida en un infierno. Desde que te casaste sólo has conocido el sinsabor de la soledad y día a día vas perdiendo los mejores años tu belleza. Nunca fuiste enamorada ni novia. Fuiste madre así, a secas.
¿Te puedo preguntar algo?¿qué tal estuvo la fiesta de esa noche? ¿estuvo bien, verdad? ¿pero qué sucedió en ti para que salieras corriendo de Los Portales tropezándote con tu sombra? ¿qué te dijo tu marido que te dañó tanto? Es seguro que negarás una y mil veces haber atravesado las calles sola y de madrugada.
Hoy domingo de feria, haciendo la plaza, te he visto con esas mismas gafas y no quisiste cruzarte conmigo. Apenas saludaste, como siempre. ¿Tu marido? Seguro que en casa, descansando o leyendo los deportes, porque mañana lunes le espera un arduo día en la oficina. Pero pude ver en ti algunas precoces arrugas. Sé nota que has llorado, tus ojos te denuncian, aunque a tu madre le contaste las mejores cosas de la fiesta y de tu marido pero sabes que tu madre ya no te cree. Pese a todo a él lo defiendes.
Los días tienen mucho color si el alma vive, mujer. Pero esta batalla de esposa la has perdido.
Sé que anoche el salón de baile divirtió a todos, menos a ti. Y a tus amigas les confesaste que estabas muy bien y que preferías no bailar y quedarte sentada en esa silla de nogal, en la misma silla que al entrar te puso tu marido. No quisiste bailar con nadie que no fuera él. Todo es obvio. Eso también te fue prohibido al salir de casa. Pero tú dices que estás bien, aún sabiendo que ese no es el mundo que escogiste y cada vez que sales a divertirte con Raúl sales a perder. Cuando tu mejor amiga, Carito, te preguntó por él, tartamudeaste defendiéndolo a capa y espada diciendo: “Está tratando asuntos de negocio”, sabiendo tú que él se encontraba en el bar, con esos amigotes que reventaban carcajadas junto a otras mujeres. Claro, y tú como siempre fingiendo toser para no hablar ni volver a llorar. Y como sueles hacer, sacarás de la cartera el pañuelo escondido como forma sencilla de complicidad y te volverás callada y deberán entenderte para no hacerte preguntas.
Pero ese pañuelo rosado de fino monograma que roza tus delicados labios sabe más de tu vida que de tu marido. Pero como eres discreta secarás las lágrimas a modo de limpiarte el sudor de los pómulos. A él nadie le dirá nada... menos tú. Eres sencillamente la esposa, ¿qué si estuvo en el bar empapándose de licor con los amigos de siempre -a quienes tú odias- a quién le importa? Es verdad. Como siempre demostrando el poder de sus bolsillos agasajando a los amigos. Bien vale la pena que no reclames. Tú ya conoces la furia de sus manos que revientan como olas en tus mejillas.
Quisiera entender ahora, ¿dónde descansan esos halagos de ese hombre que prometió la luna al conocerte? Bien sabes que ya no es el mismo. Lógico, como trabaja tiene derecho a su diversión, a tardes de fútbol, una canita al aire en el Recreo Pomachaca, acompañado de lindas damiselas. Y tú qué. Tú no sabes de feriados ni de vacaciones. Tú sabes de su agenda pero tendrás que quedarte callada porque él te ha dicho que a ti te corresponde estar en casa y quien trae el dinero es él. Además los hijos son tuyos cuando cometen errores. A él hay que preguntarle de sus mujeres jóvenes, centinelas de la moda, él ya no quiere mujeres anticuadas, gordas y descuidadas, quiere mujeres deslumbrantes y comprensivas. Tú sabes que ostenta una mujer joven como querida. Pero prefieres no reclamar por no dañar a tu madre y a los hijos. A ella le cuida las uñas y el peinado. De ti cuida tus manos para que no enfermes. Sabe que le harás falta en la cocina y a los niños con sus tareas, sino quién lavará esas camisas, quién las planchará sin sacarle dobles rayas a las mangas.
Conoces de sus reuniones personales sobre todo en días sábados, sabes de sus guiños secretos y descarados cuando caminas con él... pero debes callar.
Sé que pensaste en morirte de mil maneras sin importarte el mundo, ni tu madre, ni tus sueños, pero siempre terminas reflexionando para tu marido, ¡algún día cambiará! Vives para él y para tus hijos pero nunca para ti.
Pensaste alguna vez: “Si muero, ¿quién cuidará de mis hijos?” Por eso eres bendita, Amanda.
Volverán los sábados y más sábados y serás la más deslumbrante hembra vestida a capricho de tu marido en el amplio salón de baile. Nuevamente te esperará la fría silla de nogal. Te esperarán los saludos, lo cuchicheos y las risas burlonas que como tema hablarán de ti y al preguntarte la voz de al lado por tu marido sin enojo tendrás que repetir: “Está tratando asuntos de la oficina”. Y al llegar a casa serás tú quien haya perdido por centésima vez. Gritos y bofetadas traidoras hasta mandarte al baño. Sí, todo por haber bailado dos veces con el mismo desconocido, por haber sonreído y por ese saludo de amabilidad que para tu esposo pasó a ser coquetería. Llegado el domingo tu madre visitará la casa y ella preguntará por la fiesta del último sábado y sin mirarla volverás a decir: “Nos divertimos mucho...mamá”. Querrás llorar pero no podrás, porque tus hijos te están observando.
Como padre que soy sigo con ese dolor que un día dijiste: “No quiero que se metan en mis problemas”. No sabes cómo duelen esas palabras, mi pequeña engreída. A veces los padres queremos que nuestros hijos nunca crezcan.
Por eso, hija no te olvides que en casa siempre habrá un lugar para ti y mis nietos... esperándoles.
miércoles, 18 de junio de 2008
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1 comentario:
Mí querido profesor: escribo estas líneas esperando que sea Ud. quien las lea y rogando a Dios que me pueda responder.
Fue simple curiosidad, navegaba yo por el internet buscando algunos poemas para leer y desahogar esta pena q hace ya un año y medio me ha condenado a derramar mis lagrimas más amargas, esas que pesan cuando caen por las mejillas y que queman como acido, mi pena es tan grande que el corazón se ha hecho tan fuerte y pesado como el acero, pero luego cuando abrazo una foto del hombre q mas he amado mi corazón se derrite se hace vulnerable se hace pequeño y lo siento indefenso pero solo es cuando a solas esta.
Quisiera seguir hablándole mas y mas por que se que Ud. me escucharía atentamente como lo hacía cuando yo era una adolescente y me quedaba hablando con Ud. de cosas sin importancia pero sus ojos negros fingían muy bien y aun hasta ahora creo que me escuchaba atentamente.
Han pasado muchos años y aun lo recuerdo con un cariño muy especial, siempre será mi querido profesor, recuerdo que me quedaba viéndolo fijamente mientras narraba algunas historias suyas o contaba algunas anécdotas que me hacían reír hasta que ya no podía mas, Angie?!? Decía Ud. Con voz firme pero tenue. Fue un placer conocerlo fue un honor tenerlo como profesor y una bendición tenerlo aun como un amigo.
Escribí su nombre en el buscador google y ahí estaba, abrí una página y entonces encontré este correo…
Que Dios lo bendiga.
Atentamente:
Angie Lilibeth Ruiz Saavedra.
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